Solos, como perro malo, Javier y Karina Milei enfrentan la fría soledad del poder.
El poder, en su esplendor y en su crudeza, suele ser un espacio de aislamiento. La historia política argentina —y la mundial— está plagada de líderes que, al llegar a la cima, descubren que allí arriba el aire es escaso y las lealtades se vuelven frágiles.
En el caso de Javier Milei, esa soledad adquiere un matiz particular: no se enfrenta a ella únicamente como presidente, sino acompañado —y al mismo tiempo limitado— por un vínculo único con su hermana Karina, jefa de Gabinete y su principal sostén emocional y político.
Desde el inicio de su carrera, Milei construyó un personaje disruptivo, irreverente, enemigo del sistema. Pero esa narrativa, funcional en campaña, se enfrenta hoy al vértigo de la gestión, donde la “casta” ya no es un enemigo externo sino el Congreso Nacional, los gobernadores y hasta los aliados circunstanciales que condicionan cada decisión.
En ese laberinto, Karina Milei aparece como el único ancla de confianza plena, la guardiana de su círculo íntimo y la administradora silenciosa de un poder que ambos sienten compartido.
Sin embargo, esa fortaleza tiene un costado vulnerable. La dependencia de Javier hacia su hermana no solo refleja la intimidad de un lazo fraternal inusual en la política, sino que también desnuda la falta de un entramado sólido de cuadros, equipos y partidos.
Mientras otros presidentes se apoyaban en coaliciones, ministros de peso o figuras con volumen político propio, Milei concentra todo en un núcleo reducido, donde Karina es simultáneamente escudo y filtro.
Como viene revelando Tribuna de Periodistas, la soledad del poder se manifiesta en las tensiones internas y en la dificultad para tejer alianzas duraderas. Lo que alguna vez se presentó como virtud —no deberle nada a nadie— hoy puede convertirse en un límite: gobernar requiere tejer acuerdos, y la fragilidad de los apoyos externos amplifica la sensación de aislamiento.
Karina, que muchos describen como “el verdadero poder detrás del trono”, no alcanza por sí sola para suplir la ausencia de una estructura política que contenga los costos de cada decisión.
Al final, la pregunta que atraviesa esta etapa del mileísmo es si ese binomio fraternal, tan singular como enigmático, podrá resistir las presiones de un poder que erosiona todo vínculo.
Javier y Karina Milei encarnan un experimento político en el que la intimidad familiar se confunde con la conducción de un país. Pero el poder, como enseña la historia, no perdona ni siquiera a quienes se creen blindados por la sangre. La soledad del poder, tarde o temprano, siempre se cobra su precio.

Editor general de Tribuna de Periodistas
