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Gira presidencial: protocolos, Plaza Roja y Navidad tardía: apuntes de la jornada en Moscú

Por Bruno Bimbi, enviado especial.
Espectro. Dentro del Kremlin, fue todo protocolo, hisopados y seguridad. Cada movimiento estaba bajo control. Pero al salir del palacio, tras la declaración conjunta con Vladimir Putin, el presidente Alberto Fernández y su comitiva, acompañados por funcionarios del gobierno ruso y periodistas de ambos países, se tomaron unos minutos para recorrer parte de la Plaza Roja y visitar el mausoleo donde descansan los restos embalsamados -y conservados de tal forma que impresionan- del líder comunista Vladimir Ilych Ulianov, Lenin, desde su muerte en 1924. «Tuve una inspiración ahí adentro, escuché la voz de Lenin. Me dijo que adoptemos el rublo como moneda nacional», bromeó al salir el gobernador bonaerense, Axel Kicillof.

Navidad en febrero. Moscú recibió al presidente argentino iluminada de todos los colores. Es que, a diferencia de otras capitales europeas que ya retiraron hace rato la decoración navideña, aquí la tradición se mantiene hasta entrado este mes. Todas las plazas, las avenidas, los monumentos, los árboles de las calles y hasta algunos edificios están llenos de luces y, en diferentes partes de la ciudad, hay enormes estructuras metálicas iluminadas que, sobre todo durante la noche, transforman a la capital rusa en un lugar mágico, como un cuento de hadas en el que, por si fuera poco, también hay nieve por todas partes.

Tropiezos. Antes del encuentro de Alberto Fernández con Putin, funcionarios y periodistas que iban del hotel al Kremlin hablaban sobre los riesgos del patinaje indeseado sobre hielo. Moscú está bajo la nieve -aunque hoy apenas si cayeron algunos copos, para desgracia de quienes esperaban presenciar el espectáculo- y todas las calles se dividen entre la parte llena de montañas de espuma blanca congelada y la que está apenas barnizada de una fina y traicionera capa de hielo. «Hay que tener cuidado, es un peligro», decían unos y otros antes de bajar de la caravana.

Unión Soviética. Todo en Moscú es tan enorme que uno se siente Gulliver en Brobdingnag. Y no son sólo las calles, las plazas y los monumentos. A los edificios no les alcanza con ser tan altos como en Nueva York; además son tan anchos como un gigante de fantasía exhibiendo sus hombros y dispuesto a aplastar a quien se interponga en su camino. Es que en la capital rusa conviven la metrópolis capitalista, occidental, tecnológica y moderna, con la antigua arquitectura soviética de la época estalinista, que también conserva intacta su simbología: varios de los imponentes edificios públicos construidos entonces aún lucen, majestuosas y a lo alto, la hoz y el martillo.

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